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1. A Helena

Helena, tu beldad es para mí

como aquellas naves niceas de antaño

que, muellemente, sobre un mar aromado,

conducían al errante, fatigado, herido,

hasta la orilla que nacer le viera.

 

Sobre undosos piélagos sueles errar,

cabello de jacinto, semblante clásico,

tus aires de náyade me traen de vuelta,

a casa, al esplendor que tuvo Grecia,

o la grandeza que tuvo Roma.

 

¡Ahí! ¡En la ventana, cual nicho luminoso,

como una efigie te veo, de pie,

con el fanal de ágata en tu mano!

¡Ah, Psique, nacida en la región

que Tierra Sacra es!