Helena, tu beldad es para mí
como aquellas naves niceas de antaño
que, muellemente, sobre un mar aromado,
conducían al errante, fatigado, herido,
hasta la orilla que nacer le viera.
Sobre undosos piélagos sueles errar,
cabello de jacinto, semblante clásico,
tus aires de náyade me traen de vuelta,
a casa, al esplendor que tuvo Grecia,
o la grandeza que tuvo Roma.
¡Ahí! ¡En la ventana, cual nicho luminoso,
como una efigie te veo, de pie,
con el fanal de ágata en tu mano!
¡Ah, Psique, nacida en la región
que Tierra Sacra es!