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1. Israfel

Y el ángel Israfel, cuyas cuerdas del cora-

zón son un laúd, y que tiene la voz más

dulce de entre todas las criaturas de Dios.

CORÁN

 

Mora en el cielo un espíritu,

«cuyas cuerdas del corazón son un laúd»;

nadie canta can sumamente bien

como el ángel Israfel,

y las etéreas estrellas (según reza la leyenda)

suspenden sus himnos, escuchan el arrobo

de su voz, mudas todas.

 

Temblorosa, arriba,

en su más elevado cénit,

la luna enamorada

se sonroja con el amor,

mientras, para escuchar, rúbeo el relámpago

(con las rápidas Pléyades, también,

que eran siete)

se detiene en el Cielo.

 

Y dicen (el coro estrellado

y el resto de quienes escuchan)

que el fuego de Israfel

se debe a aquella lira

con la que se sienta y canta,

al vibrante y vivo hilo

de tales extraordinarias cuerdas.

 

Mas los celajes que ese ángel hollara

donde los pensamientos profundos son un deber,

donde el Amor es un Dios adulto,

donde la hurí brilla,

se colman de toda la belleza

que del astro veneramos.

 

No erraste, pues,

Israfel, que despreciaste

una canción desapasionada;

¡sean tuyos los laureles,

el mejor bardo, el más sabio!

¡Vive feliz, larga vida!

 

Éxtasis, de lo alto,

tus ardientes cadencias se ajustan

–a tu pesar, a tu alegría, a tu odio, a tu amor,

al fervor de tu laúd–,

hacen bien en callar las estrellas!

 

Sí, tuyo es el Cielo; mas este

es mundo de dulzura y de amargura;

flores son, simplemente, nuestras flores,

y la sombra de tu perfecta bienaventuranza

luz del sol es de la nuestra.

 

Si yo pudiera morar

donde Israfel

mora, y él donde yo,

quizá no cantara él tan sumamente bien

una mortal melodía,

al tiempo que una nota más arrebatada que esta

quizá desde mi lira volase hasta el cielo.

 

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