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El coliseo

1. El coliseo

¡Emblema de la antigua Roma! ¡Rico relicario

de sublime contemplación que al tiempo legaran

siglos, enterrados, de pompa y de poder!

¡Al fin, al fin, tras tantos días

de penoso peregrinar y de ardiente sed

(sed de las fuentes de sabiduría que en ti yacen),

me postro yo, hombre humilde y demudado,

entre tus sombras, y bebe mi alma

tu grandeza, tu melancolía y tu gloria!

 

¡Inmensidad! ¡Y Tiempo! ¡Y recuerdos de antaño!

¡Silencio! ¡Y Desolación! ¡Y noche caliginosa!

Ahora os siento, siento vuestra fuerza,

¡oh ensalmos más verdaderos que los que el rey de Judea

impartiera en el huerto de Getsemaní!

¡Oh hechizos más potentes que los que caldeos en rapto

jamás extrajeron de los inmóviles astros!

 

¡Aquí, donde sucumbiera un héroe, sucumbe una columna!

¡Aquí, donde, remedada el águila, áurea relumbraba,

el atezado murciélago en vigilia nocturna se muestra!

¡Aquí, donde las damas de Roma sus áureos cabellos

el viento estremecía, ahora el junco y el abrojo se estremecen!

¡Aquí, donde en dorado trono el monarca se arrellanaba

se desliza, como un espectro, hasta su morada de mármol,

guiado por la exánime luz de la luna córnea,

el raudo y silente lagarto de la piedra!

Mas ¡detente! Estos muros, estas arcadas cubiertas de hiedra,

estos zócalos desmoronados, estos tristes y renegridos fustes

estas frágiles molduras, este destrizado friso,

estas cornisas astilladas, este naufragio, esta ruina,

estas piedras, ¡ay!, estas grises piedras, todo ello,

¿es todo lo que de famoso, de colosal nos legan,

al destino y a mí, las corrosivas horas?

 

«¡No todo!» -me responde el Eco- «¡No todo!

Proféticos y estentóreos sonidos se alzan eternamente

de nosotras, de todas las ruinas, hasta el sabio,

como melodía de Memmón al Sol.

Subyugamos los corazones de los hombres más poderosos;

subyugamos con despótico gobierno todo espíritu gigantesco.

Nosotras, desvaídas piedras, no somos impotentes;

no se desvaneció todo nuestro poder ni toda nuestra fama,

ni toda la magia de nuestro alto renombre,

ni toda la maravilla que nos rodea,

ni todos los misterios que en nosotras yacen,

ni todos los recuerdos que de nosotras penden

y que a nosotras se ajustan como un tocado,

vistiéndonos con un hábito que es mejor que la gloria».

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