Cerrar navegación En

Tierra de hadas

1. Tierra de hadas

Valles sombríos y umbrosas corrientes,

bosques entre nieblas.

cuyas formas apenas se aprecian,

cubiertos de lágrimas que por sobre resbalan.

Lunas enormes, allí, crecen y menguan,

una y otra vez, y otra,

en cada instante de la noche,

en lugares que siempre mudan,

y la luz de las estrellas se mitiga

con el aliento de sus pálidos perfiles.

Hacia las doce en la esfera de la luna,

una más etérea que las demás

(de una clase que, puede probarse,

se considera la mejor).

desciende, desciende y desciende,

su eje en la cúspide,

en la cima de un monte,

a su vez de su círculo extenso

se desprenden lisas prendas

sobre aldeas, sobre poblados,

dondequiera se hallen,

sobre infrecuentes bosques, sobre el mar,

sobre los espíritus en vuelo,

sobre el letargo de las cosas,

y les da sepultura

en laberinto de luz. 

y entonces, ¡qué profunda, oh, profunda

es la pasión en su sueño!

se alzan, de mañana,

y su velo lunar 

elevándose hacia los cielos,

con agitación, cuando se agitan,

como quizá cualquier cosa,

o como un albatros amarillo.

Ya no usan aquella luna 

Con el mismo fin que antaño

–a saber, como dosel–,

algo que juzgo extravagante,

sus átomos, empero, se separan

como gotas de lluvia,

de las que tales mariposas, 

de la tierra nacidas y que a los cielos aspiran,

descienden una vez más

–¡eterna insatisfacción de las cosas! –

Y aportan un espécimen

sobre sus alas trémulas.

 

USO DE COOKIES Utilizamos cookies propias y de terceros con fines estadísticos y para mejorar la experiencia de navegación. Al continuar con la navegación, entendemos que aceptas su uso.
Puedes obtener más información y conocer cómo cambiar la configuración en nuestra Política de cookies

Lo entiendo