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1. Romanza

La romanza, para quien guste cabecear y cantar,

con la cabeza somnolienta y las alas recogidas,

entre las hojas verdes que se estremecen

muy en el fondo de un lago sombrío;

para mí, un polícromo periquito

un demonio familiar había sido,

quien me enseñó a decir el alfabeto,

a balbucear mis más tempranas palabras,

mientras yacía yo en el áspero bosque,

un niño con la más inteligente mirada.

 

Desde entonces, los eternos años del Cóndor

sacuden el mismo Cielo en sus alturas

con un tumulto, cuando lo cruzan,

y no tengo tiempo para los inútiles cuidados

propios de alzar los ojos hacia el inquieto cielo.

Y cuando la hora de las más calmas alas

se cierne, mi espíritu se revuelve;

ese corto tiempo de lira y verso

se aleja, ¡cosas prohibidas!

Mi corazón lo sentiría como un crimen

a menos que temblase con las cuerdas.

 

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