El más feliz día, la más feliz hora
que mi marchito y agostado corazón conociera,
la más elevada esperanza de orgullo, de poder,
se ha desvanecido.
¿De poder, he dicho? Así imagino,
¡mas ha mucho que se desvanecieron!
Fueron visiones de mi juventud,
y las dejé marchar.
Y el orgullo, ¿qué queda de él en mí?
Otro semblante puede que herede
el tósigo que sobre mí derramaste;
aquiétese mi espíritu.
El más feliz día, la más feliz hora
que mis ojos verán, que jamás hayan visto,
la más brillante mirada de orgullo y de poder
–lo sé– ha existido;
mas si tal esperanza de orgullo, de poder,
se me ofrendara ahora, unida al dolor
que incluso entonces sentí, no quisiera
vivir de nuevo aquella hora luminosa,
pues en su ala habita algo oscuro,
que, al batir, desprende
una intensa esencia que destruye
el alma que tan bien la conocía.
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