¡Señora! Desearía que este poema mío
contuviera, pródiga y libremente,
tonos proféticos en cada verso,
de bondad, de goce, de paz, para ti.
Los tuyos serían días completos de felicidad,
de alegría duradera y olvidadas cuitas
virtudes que retan a la pujanza de la envidia,
amadas por los rivales, lloradas por sus herederos.
Tu vida errará, con curso libre,
más allá de los confines terrestres
ola alguna romperá en espuma
sobre el rocoso acantilado del Tiempo.
La alegría de tan gentil corazón,
puro como los deseos musitados en la plegaria,
participa de las alegrías de los demás
a la par que la suya comparte.
La plenitud de una mente cultivada
que reúne la riqueza del bardo y del sabio,
y que no ciega el reflejo del error,
brillante en la Juventud, no eclipsada en la madurez;
la grandeza de su alma pura,
llena de sabiduría, virtud y sentimiento,
serenamente encaminada a su destino,
bajo el cielo eterno del Pensamiento:
todo esto es tuyo, custodiado y protegido,
y esta la vida de que goza tu espíritu,
arropado de cuantas bendiciones enuncia la Tierra,
iluminado por cuantas esperanzas brinda el Cielo.
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