No domeñaré tu corazón
ay, pues no puedo gobernar el mío,
ni le robaré un leal pensamiento
a quien pueda, aquí, reinar solo;
ambos hemos hallado el amor duradero,
en el que nuestras almas abrumadas descansan;
¿no podemos, pues, mi gentil amiga,
ser seguidor el uno del otro?
Un amor que esté libre de pasión,
un afecto tan puro como dulce,
un lazo en el que los vínculos más queridos
—de hermano, amigo y primo— confluyen;
tal es la unión que quisiera labrar,
aquella por la que fuéramos doblemente bendecidos,
con el Amor, que gobierna supremo nuestros corazones
y con la Amistad, su seguidora.