Su yelmo de jacinto —hemos oído—
Fue engalanado con plumas de colibrí;
el corsé de su audaz pecho
un día fue caparazón áureo de langosta;
su manto, de un millar de colores labrado,
era de terciopelo violeta, perlado de rocío;
su escudo era una concha creciente
tomada de las aguas de Sidrophel;
y la luz resplandeciente de los ojos de su dama
era la pica que orgulloso erguía hacia el cielo.