Tan dulce la hora, tan calmo el tiempo,
que casi como un crimen siento
—cuando Naturaleza duerme y mudas están las estrellas—
Incluso rasgar, con un laúd, el silencio.
Sobre el fulgente espejo del océano
flota una imagen del Elíseo;
siete Pléyades, en éxtasis en el Cielo,
dan forma en lo hondo a otras siete
Endimión asiente desde las alturas
y halla en el mar un segundo amor;
en los valles oscuros y tenebrosos
y sobre la corona espectral del monte
la luz exhausta va decayendo,
y la tierra, las estrellas, el mar y el cielo
se sumen en el sueño,
al igual que yo en ti
y en tu subyugante amor, Adeline mía.
Mas ¡escucha, oh, escucha!, tan dulce y apagada
manará esta noche la voz de tu amante
que, apenas despierta, tu alma creerá
que mis palabras son la música de un sueño.
De modo que, si ningún estrépito
tu duermevela importuna,
nuestros pensamientos, nuestras almas, ¡oh Dios del cielo!,
en cada acto se reunirán, amor.
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