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El valle Nis

1. El valle Nis

Lejano, lejano,

lejano, tan lejano al menos

como el día se halla

del áureo Levante.

¿Acaso todas las cosas bellas

no se hallan lejos, lejos?

 

Se le llama el Valle de Nis.

Y en un relato sirio

que por ahí anda, y que el tiempo

nunca interpretará, se trata de

algo sobre el venablo de Satán

algo sobre las alas del ángel, 

mucho sobre un corazón roto

Y todo sobre cosas infelices;

pero al Valle de Nis mejor 

llamarle «el Valle de la Inquietud».

 

En otro tiempo sonreía un silencioso valle

en el que ya no moraba la gente

pues habían marchado a las guerras;

las estrellas, pérfidas y misteriosas,

con elocuente semblante

se recostaban sobre las indefensas flores·

los rayos del sol se filtraban, rojos, 

entre los tulipanes;

y, entonces, empalidecían cual cayeran

sobre el sosegado Asfódelo.

Ahora, el infeliz no otra cosa

reconocerá sino la quietud;

Helen, como ojo humano

aquí yacen las turbadas violetas,

la suave hierba se mece

sobre la antigua tumba olvidada,

Y una a una, de la copa del árbol,

caen gotas de un eterno rocío·

allí, los árboles, indolentes, soñadores,

se retuercen como mar agitado por Bóreas

en las tempestuosas Hébridas;

allí, magníficas nubes pasan, 

con susurro eterno,

por un cielo de terror herido

deslizándose cual catarata 

sobre el ígneo límite del horizonte;

allí, la luna resplandece, de noche,

con la más variable luz·

allí, el sol durante el día, como péndulo

se mueve sobre las colinas y más allá.

 

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