Mi juventud pudiera parecer
(también podría) un sueño.
Fe alguna mantuve
en el rey Napoleón,
y no busqué mi destino
allende, en una estrella:
Al alejarme, ahora, de ti,
baste con decir
que hay seres, que los ha habido,
a quienes mi espíritu nunca vio,
¡ojalá les permita desvanecerse,
como onírica visión!
Si mi sosiego se ausentó
durante la noche -o el día-
por una visión -o ninguna-,
¿es por ello pérdida menor?
De pie, ante el estruendo
de la ribera sacudida por la tormenta,
sostengo en mi mano
partículas de arena,
¡muy pocas, y cómo crujen
entre mis dedos, en lo profundo!
¿Mis primeras esperanzas? No, estas
-gloriosamente- desaparecieron,
Como el relámpago en el cielo,
instantáneo, así yo mismo.
¿Muy joven? ¡Ah, no!, no ahora;
no has reparado en mis sienes,
pero ellas te dirán que soy vanidoso;
mienten, a veces mienten;
mi pecho late tímidamente
ante la mezquindad de la palabra
que se atreven a vincular,
con un sentimiento como el mío.
¿Acaso estoico? No, no lo soy:
¡Con terror de mi hado
me río al pensar cuán pobre es
tal placer, «perseverar»!
¿Acaso reflejo de Zeno? ¡Yo!
¡Perseverar! No, no, lo desprecio.
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