¡Con qué frecuencia olvidarnos el tiempo codo, cuando al admirar a solas el trono universal de la Naturaleza, sus bosques, sus selvas, sus montes, intensa su inteligencia responde a la nuestra!
Lord Byron, La isla, Canto Segundo, XVI, vv. 13-16
1
En mi juventud conocí a quien con la Tierra
secreta comunión mantenía, y él con ella,
desde su nacimiento, en el esplendor del día y la belleza;
cuya férvida y vacilante antorcha prendiera
del sol y de las estrellas, de donde había arrancado
una luz intensa, la que correspondía a su espíritu;
y aun así aquel espíritu ignoraba, en el instante
de su fervor, qué era lo que sobre él tenía poder.
2
Quizá sobre mi mente haya provocado
el resplandor de la luna la fiebre que me envuelve,
mas quiero creer, a medias, que esta luz contiene
mayor soberanía que la que el antiguo saber
siempre dijo; ¿o pertenece al pensamiento
esta esencia incorpórea, y no otra cosa
que con vívido hechizo sobre nosotros pasa
como el rocío de la noche, como la hierba del estío?
3
¿Sobre nosotros pasa cuando, mientras los ojos
Se fijan sobre el amado objeto, despierta la lágrima
que no ha mucho dormitaba en su apatía?
No es preciso que sea (objeto tal) algo oculto
en nuestra vida, sino vulgar, aquello que nos acompaña
en todo momento de la vida, pero que solo entonces
se anuncia con sonido extraño, como de cuerda de arpa rota,
para despertarnos, pues es símbolo y recuerdo
4
de lo que en otros mundos será belleza,
y será dado por Dios a aquellos .
que, de no ser así, caerían de la vida y del Cielo
arrancados por la pasión de sus corazones; y ese tono,
ese elevado tono del espíritu que se ha esforzado,
no con la Fe sino con la piedad, cuyo trono
fue derribado con temeraria energía,
luce su propio sentimiento profundo como una corona.
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