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Carta a B---

Carta a B---

Se ha dicho que una buena crítica de un poema solo puede escribirla alguien que no sea poeta él mismo. Esto, según la idea suya y mía de poesía, es algo que me parece falso (cuanto menos poético el crítico, menos poética la crítica, y al contrario). Debido a esto, y porque hay pocos B ... s en el mundo, me avergonzaría tanto la buena opinión del mundo como orgulloso estoy de la tuya. Otro que no fueras tú observaría aquí: «Shakespeare está en posesión de la buena opinión del mundo, y sin embargo es el más grande de los poetas. Parece, pues, que el mundo juzga correctamente, ¿por qué entonces habría usted de avergonzarse del juicio favorable de la gente?». La dificultad estriba en la interpretación de las palabras «juicio» u «opinión». La opinión es la del mundo, es cierto, pero puede decirse que es de la gente en la misma medida en que un hombre puede decir que un libro es suyo, tras haberlo comprado; no escribió. el libro, pero es suyo; ellos no originaron la opinión, pero esta es suya. Un necio, por ejemplo, considera a Shakespeare un gran poeta, aunque el necio no haya leído jamás a Shakespeare. Pero el vecino del necio, que se halla un escalón más arriba en los Andes de la mente, cuya cabeza (es decir, sus pensamientos más exaltados) se halla muy por encima del necio para ser visto o comprendido, pero cuyos pies (y aquí me refiero a sus actos cotidianos) están lo suficientemente cerca como para ser discernidos, y por medio de los cuales se determina esa superioridad, la cual jamás habría sido descubierta de no ser por ellos. Este vecino, decía, afirma que Shakespeare es un gran poeta, el necio lo cree y esta es en adelante su opinión. La opinión del vecino, de idéntico modo, ha si.do adoptada de alguien que está por encima de él, y así, de manera ascendente, llegamos a unos cuantos individuos con talento que se arrodillan en torno a la cumbre contemplando cara a cara al espíritu superior que se alza sobre el pináculo.

 

                                                     ***1

 

Usted es consciente de la gran barrera que se interpone en el camino del escritor americano. Es un ser leído, suponiendo que lo sea, en preferencia a la agudeza combinada y establecida. Digo establecida; pues con la literatura sucede como con la ley o el imperio: un nombre establecido es una finca en tenencia, o un trono que se posee. Además, se podría suponer que los libros, como sus autores, mejoran cuando viajan: que hayan cruzado el mar es, entre nosotros, una distinción enorme. Nuestros libreros de viejo abandonan el tiempo por la distancia; nuestros petimetres contemplan desde la encuadernación hasta el último renglón de la portada, donde los tipos de imprenta místicos que deletrean Londres, París o Génova son precisamente muchas cartas de recomendación.

 

                                                      ***

 

Acabo de mencionar un error vulgar en lo que respecta a la crítica. Creo que la idea de que ningún poeta puede hacerse una correcta valoración de sus escritos es otra. Antes señalé que la justicia de una crítica de poesía sería proporcional al talento poético. Por consiguiente, un mal poeta, lo garantizo, haría una crítica falsa, y su egolatría sin duda haría que su opinioncilla barriera para dentro; pero un poeta que sea realmente poeta no podría, creo, hacer algo que no fuese una crítica justa. Sea lo que sea lo que haya que deducir en la puntuación de la egolatría puede ser sustituido a cuenta de su íntima familiaridad con la materia; por decirlo brevemente, tenemos más ejemplos de crítica falsa que de justa cuando lo que se examina son los escritos de uno mismo, sencillamente porque tenemos más poetas malos que buenos. Hay por supuesto muchas objeciones a esto que digo: Milton es un gran ejemplo de lo contrario; pero su opinión con respecto de El Paraíso recobrado no es en lo más mínimo algo que se puede comprobar imparcialmente. ¡Por qué circunstancias triviales a menudo los hombres se ven conducidos a afirmar aquello en lo que realmente no creen! Acaso una palabra involuntaria haya descendido a la posteridad. Pero lo cierto es que El Paraíso recobrado no es muy inferior, si es que lo es, El paraíso perdido, y esto se supone que solo es porque a los hombres no les gustan las epopeyas, a pesar de lo que puedan decir en contra, y al leer las de Milton en su orden natural se quedan demasiado asustados con la primera como para extraer ningún placer de la segunda.

 

Me atrevo a decir que Milton prefería Comus a cualquiera de las dos, y, si era así, no era injustificadamente. ****

 

Puesto que hablo de poesía, no será inoportuno tratar aunque sea de pasada la herejía más singular de su historia moderna: la herejía de lo que muy bobamente ha venido en llamarse la Escuela de los Lagos2. hace algunos años pude haberme visto inducido, debido a una ocasión como la que nos ocupa, a intentar una refutación foral de su doctrina; actualmente, sería una obra de supererogación. Los sabios han de reverenciar la sabiduría de hombres como Coleridge y Southey, pero al ser sabios, se han reído de teorías poéticas tan prosaicamente ejemplificadas.

 

Con singular aplomo, Aristóteles declaró que la poesía es el más filosófico de todos los géneros3, pero hizo falta un Wordsworth para aseverar que es el más metafísico. Parece creer que el fin de la poesía es, o debería ser, la instrucción; pero es un truismo que el fin de nuestra existencia es la felicidad; aun de ser así, el fin de cada parte separada de nuestra existencia, toda cosa conectada con nuestra existencia, aún debería ser la felicidad. Por tanto, el fin de la instrucción debería ser la felicidad; y la felicidad es otro nombre que damos al placer; por tanto, el fin de la instrucción debería ser el placer. Y sin embargo vemos que la opinión arriba mencionada entraña precisamente lo opuesto.

 

Para continuar: ceteris paribus, aquel que agrada y produce placer es de más importancia a sus congéneres que aquel que instruye, puesto que la utilidad es felicidad, y el placer el fin ya obtenido para el cual la instrucción no es más que el medio de obtenerlo.

 

No veo ninguna razón, pues, para que nuestros poetas metafísicos deban pavonearse tanto sobre la utilidad de sus obras, a menos que se refieran a la instrucción considerando la eternidad; en cuyo caso, el respeto sincero por su piedad no debería permitirme expresar mi desprecio por sus juicios; desprecio que sería difícil ocultar, dado que sus escritos supuestamente solo pueden ser entendidos por unos pocos, y son muchos los que siguen necesitando la salvación. En tal caso, sin duda estaría tentado de pensar en el diablo, en Melmoth, que se afana infatigablemente a lo largo de tres tomos en octavo para conseguir la destrucción de una o dos almas, mientras que cualquier demonio corriente habría demolido uno o dos millares.

 

                                                     ***

 

Contra las sutilidades que querrían hacer de la poesía un estudio y no una pasión, no compete al metafísico razonar, sino protestar al poeta. Con todo, Wordsworth y Colcridgc son hombres ya entrados en años; el uno imbuido en la contemplación que proviene de su infancia, el otro un gigante de intelecto y erudición. La falta de confianza, entonces, con la cual me aventuro a discutir su autoridad, sería abrumadora, si no sintiera, desde lo más hondo de mi corazón, que la erudición tiene poco que ver con la imaginación, el intelecto con las pasiones, o la edad con la poesía.

 

                                                     ***

 

«Las bagatelas, como pajas, corren sobre la superficie.

Quien quiera hallar perlas ha de bucear por debajo».

 

Son versos que han causado mucho mal. En lo relativo a las grandes verdades, más a menudo se equivocan los hombres al buscarlas en el fondo que en lo alto; la profundidad yace en los enormes abismos donde se busca la sabiduría, no en los palpables palacios donde se la encuentra. Los antiguos no tuvieron siempre razón al esconder a la diosa en un pozo: véase si no la luz que Bacon ha arrojado sobre la filosofía; véanse los principios de nuestra fe divina, ese mecanismo moral mediante el cual la ingenuidad de un njño puede pesar más que la sabiduría

de un hombre.

 

Vemos un ejemplo de la tendencia a errar de Coleridge en su Biographia Literaria, según él, su vida y opiniones literarias, pero, en realidad, un tratado de omni scibili et quibusdarn aliis4. Se equivoca debido a su misma profundidad, y tenemos una muestra natural en la contemplación de una estrella, pero se trata de la estrella sin un rayo, mientras que quien la examina menos inquisitivamente es consciente de todo aquello por lo cual la estrella no es útil para los que estamos abajo: su fulgor y su belleza.

 

                                                     ***

 

Respecto a lo que hace a Wordsworth, no tengo fe en él. Que en la juventud tenía los sentimientos propios de un poeta, eso sí lo creo, pues hay atisbos de extrema delicadeza en sus

escritos (y la delicadeza es el reino del poeta, su El Dorado), pero estos tienen el aspecto de un día mejor que se recuerda; ylos atisbos, en el mejor de los casos, son una prueba escasa de

que está presente un fuego poético. Sabemos que unas cuantas flores diseminadas brotan a diario en las grietas del glaciar.

 

Hay que culparle de malgastar su juventud, inmerso en la contemplación, con objeto de poetizada en su edad madura. Al aumentar en juicio, la luz que debería manifestarla se ha

desvanecido. En consecuencia, su juicio es demasiado correcto. Puede que esto no se entienda, pero lo habrían entendido los antiguos godos de Germanía, que debatían dos veces las cuestiones de importancia para su Estado, una vez ebrios, y otra sobrios; sobrios, para no carecer de formalidad; ebrios, para no estar desprovistos de vigor.

 

Las largas y prolijas discusiones con las cuales trata de persuadirnos para admirar su poesía hablan muy poco en su favor: están llenas de asertos como este (he abierto al azar uno de

sus volúmenes): «La única prueba del genio es el acto de hacer bien lo que merece ser hecho y nunca fue hecho antes». ¡Claro! De ahí sigue que al hacer lo que no merece ser hecho, o lo

que ha sido hecho antes, no se puede revelar ningún genio; aunque hacer de carterista es un acto indigno, han existido carteristas desde tiempo inmemorial, y Barrington, el carterista,

en cuanto a genio, habría visto con malos ojos que se lo comparara con Wordsworth, el poeta.

 

De nuevo, al valorar el mérito de ciertos poemas, sean de Ossián o de MacPherson, seguramente puede ser de poca consecuencia, mas en orden a demostrar su insignificancia, el

señor W. ha despachado muchas páginas en la controversia. Tantte animis5? ¿Pueden los grandes espíritus descender a tal absurdo? Pero peor aún: para que pueda vencer todo argumento

a favor de estos poemas, triunfante arrastra un pasaje y abominando de él espera que el lector se muestre de acuerdo. Es el comienzo del poema épico «Temora»: «Las azules aguas del

Ullin ondulan bajo la luz; las verdes colinas se cubren con el día; los árboles menean sus cabezas morenas con la brisa». Y esto -esta preciosa si sencilla imaginería- donde todo está vivo

y respira inmortalidad, esto, William Wordsworth, el autor de Peter Bell, lo ha seleccionado para despreciarlo. Veamos lo que él, en persona, tiene que ofrecer:

 

Y ahora él está junto a la cabeza del corcel,

y ahora ella está a la cola del corcel,

ahora en ese lado, ahora en este,

y casi la asfixiaron con la dicha.

Unas cuantas lágrimas tristes vierte Betty,

acaricia al corcel donde no sabe

o cuando no: ¡Feliz Betty Foy!

¡Oh,Johnny, qué importa e doctor!

 

En segundo lugar:

 

Veloz caía el rocío, las estrellas empezaban a parpadear,

oí una voz. Decía: bebe, preciosa criatura, bebe;

y al mirar sobre el seto, ante mí contemplé

un cordero como una montaña cubierta de nieve con una

[doncella a su lado,

no había cerca otras ovejas, estaba solo el cordero,

y por un fino cordel estaba amarrado a una piedra.

 

   Bien, no dudamos que esto sea cierto; queremos creerlo, claro que queremos creerlo, señor W. ¿Es lástima por la oveja lo que desea provocar? Amo a una oveja desde lo más profundo de mi corazón.

 

                                                    ***

 

Pero hay ocasiones, querido B…, hay ocasiones en las cuales hasta Wordsworth es razonable. Hasta Estambul, se dice, tendrá su fin, y las más desafortunadas meteduras de pata deben concluir. He aquí un extracto de su prefacio: «Quienes se han acostumbrado a la fraseología de los escritores modernos, si persisten en leer este libro hasta llegar a una conclusión (¡imposible!) sin duda tendrán que luchar con sensaciones de torpeza (¡ja, ja, ja!); mirarán en derredor en busca de poesía (¡ja,ja,ja,ja!) y se verán inducidos a inquirir por qué especie de

cortesía se ha permitido que estos intentos asuman tal título». Ja,ja,ja,ja!

 

Mas que no desespere el señor W. ha otorgado inmortalidad

a un carro, y a la abeja que Sófocles ha transmitido a

la enfermedad un dedo del pie dolorido, y ha dignificado una

tragedia con un coro de pavos.

 

                                                    ***

 

De Coleridge solo puedo hablar con reverencia. ¡Su sobresaliente intelecto! Es otra prueba más del hecho de «que la plupart des sectes ont raison dans une bonne partie de ce qu'elles avancent, mais no pasen ce qu'elles nient»6. Ha encarcelado sus ideas con la verja que ha erigido contra las de otros. Es lamentablepensar que una mente como la suya haya de enterrarse enla metafísica y, como las nyctanthes, gaste su perfume solo en lanoche. Al leer su poesía tiemblo, como alguien que se detieneen un volcán, consciente, de la oscuridad que emana del cráter,del fuego y de la luz que espumean abajo.

 

                                                    ***

 

¿Qué es Poesía? ¡Poesía! Esa idea proteica que recibe muchas

apelaciones como la Córcira que recibía nueve títulos. Deme, requerí de un erudito hace algún tiempo, deme una definición de la poesía. «Tres-volontiers», y se dirigió a su biblioteca, me trajo un diccionario del Dr.Johnson,y me abrumó con una definición. ¡Sombra del inmortal Shakespeare! Me imaginé su ojo espiritual sobre lo profano de esa grosera Ursa Mayor. Piense en la poesía, querido B..., piense en la poesía, y luego piense en ... ¡el Dr. Samuel Johnson! Piense en todo cuanto es aéreo y feérico, y luego en todo lo que es horrible y

pesado; piense en este enorme bulto, ¡el Paquidermo! Y luego... ¡luego piense en La Tempestad, en El sueño de una noche de verano, en Próspero, en Oberón, en Titania!

 

                                                    ***

Un poema, en mi opinión, se opone a una obra científica, por su objeto inmediato, que es el placer, no la verdad; a la novela, porque tiene como objeto un placer indefinido en lugar de uno definido, siendo un poema solo en la medida en que se alcanza este objeto; y la novela presenta imágenes perceptibles con sensaciones definidas, y la poesía con indefinidas, para lo cual la música es algo esencial, puesto que la comprensión del sonido melodioso es nuestra noción más indefinida. Cuando se combina con una idea agradable, la música es poesía; la música sin la idea es simplemente música; la idea sin la música es prosa desde su propio carácter definitivo.

 

¿Qué se quería decir mediante la invectiva contra aquel que no tenía música en su alma?

 

                                            ***

 

Para resumir este largo galimatías, querido B..., tengo, lo que sin duda usted percibe, para los poetas metafísicos, en tanto que poetas, el más rotundo desprecio. Que tengan seguidores no demuestra nada.

 

Ningún príncipe indio tiene en su palacio

más seguidores que un ladrón en el patíbulo.

 

 

Southern Literary Messenger, julio de 1836

 

 

 

Notas

l. Estos pasajes eliminados forman parte del prefacio a un pequeño volumen impreso hace algunos años destinado a circular de manera privada. Poseen vigor y mucha originalidad, pero por supuesto no se puede esperar que suscribamos rodas las opiniones del autor [Nota del Autor].

2. Se refiere a los poetas de los lagos, los llamados lakistas: Colcridge, Wordsworth y Southcy.

3. En la Poética de Aristóteles: Spouaiotaton kai philosophikotaton genos.

4. Sobre todo lo que se puede conocer y de ciertas otras cosas.

5. «¿Por qué esa ira?», tomado de VirgiJjo, Eneida, l, 11.

6. La mayoría de las sectas tiene razón en lo que avanza, pero no en lo que niega.

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