¡Amada! Asediado por graves pesares
que se hacinan en mi senda terrenal
(terrible senda, ¡ay!, donde
ni solitaria rosa crece),
mi alma por fin gozó de solaz,
al soñar contigo, y allí ella descubre
un Edén de dulce reposo.
Tu recuerdo es para mí
como una remota isla encantada
en medio de un mar proceloso,
en un océano que, libre y lejano,
se estremece con tempestades, mientras
los más serenos cielos, sobre la fulgente isla,
no dejan de sonreír ni por un instante.
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