I
Tu alma se sentirá, ella misma, sola,
entre oscuros pensamientos, de gris sepulcro;
nadie, entre la multitud, merodea,
tu momento de soledad.
II
Sé silencioso en esta orfandad
que no es desamparo, pues
espíritus de muertos que antes
de ti vivieron te rodean de nuevo,
en muerte, y su voluntad
se cernirá sobre ti: sé quedo.
III
La noche, aunque clara, fruncirá el ceño,
y las estrellas, desde su alto trono del cielo,
no mirarán, hacia abajo,
con la luz que como Esperanza dan a los mortales,
sino que sus rojos circulas, sin destello,
le parecerán a tu derrota
como si el ardor y la fiebre
quisieran adueñarse de ti para siempre.
IV
Ahora, los pensamientos que no destruirás,
las visiones que nunca se desvanecerán,
nunca se alejarán de tu espíritu,
como sobre hierba gotas de rocío.
V
La brisa –el aliento de Dios– está calma,
y la niebla sobre la colina
es sombría, sombría y uniforme,
un símbolo y un recuerdo.
¡Cómo se mece, sobre los árboles,
el misterio de los misterios!
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