De entre todos cuantos aclaman tu presencia como a la aurora,
de entre todos para quienes tu ausencia es la noche,
el extenso manto que, desde lo alto del cielo,
oculta el sagrado sol; de entre todos cuantos, con lágrimas, te bendicen,
por esperanza, por vida, y, sobre todo,
por la resurrección de la fe, profundamente enterrada,
en la verdad, en la virtud, en la humanidad,
de entre cuantos yacen y mueren en el lecho profano
de la desesperación, y se alzan de repente
con el suave murmullo de sus palabras, «¡La luz sea hecha»!,
con el suave murmullo de las palabras que nacen
de la seráfica mirada de tus ojos;
de entre cuantos más te deben y cuya gratitud
canto se parece a la veneración, oh, recuerda
al más verdadero, al más ferviente devoto,
y piensa que estos frágiles versos por él están escritos,
por el, que, a medida que escribe, se estremece al pensar
que su espíritu departe con el de un ángel.
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