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1. A Elmira

Las espesuras en las que, en sueños, veo

las más vivaces aves canoras,

son labios, y toda su melodía

palabras nacidas de tus labios.

 

Tus ojos, en el Cielo del corazón en custodia,

se precipitaron desoladamente después,

¡oh, Dios!, sobre mi fúnebre espíritu

como la luz de una estrella sobre un sudario.

 

Tu corazón, ¡tu corazón!; me despierto y suspiro,

y me duermo para soñar hasta que amanezca

sobre la verdad que el oro no puede comprar,

y sobre las cosas fútiles que quizá pueda.