¡Ciencia! ¡Eres la legítima hija de la Antigüedad,
y todas las cosas mudas con tus ojos escrutadores!
¿Por qué devoras de tal suerte el corazón del poeta,
buitre cuyas alas son opaca realidad?
¿Cómo podría él amarte, o cómo estimar tu saber,
a ti, si no le permitiste entregarse a su vagar,
a buscar un tesoro en los cielos tachonados,
aun cuando se elevase con osadas alas?
¿No separaste a Diana de su carruaje
y condujiste a las hamadríades de la fronda
para buscar tu refugio en la más fulgente estrella?
¿No hurtaste a las Náyades sus profundidades,
a los elfos la verdura, y a mí
un sueño de verano bajo el tamarindo?
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