¡Ved aquí! ¡Una noche de gala
de aquellos solitarios tiempos de antaño!
Una angélica muchedumbre, alada, de velos
ornada, en lágrimas ahogada,
toma aposento en un teatro para ver
una representación de esperanzas y temores,
mientras la orquesta espira entrecortada
la música de las esferas.
Mimos con formas del Altísimo
murmuran, murmuran,
revolotean de aquí para allá,
simples peleles que vienen y van
según la voluntad de incorpóreas cosas
que cambian el decorado, aquí y allá,
batiendo, con sus alas de cóndor,
invisible aflicción.
Este variado drama —¡estad seguros
de que no será olvidado! —,
con un fantasma perseguido eternamente
por una multitud que no lo prende,
de principio a fin de un círculo que siempre
al mismo y único punto retorna,
y mucho de locura, y más de pecado,
y el horror, el alma de la trama.
Mas ¡ved, entre la turbamulta de mimos
cómo se desliza una forma serpeante!
¡Un ser rojo sangre que, venido del exterior,
se retuerce en la soledad de la escena!
¡Se retuerce y se retuerce!, y con mortal dolor
los mimos se convierten en su alimento
y sollozan los serafines ame los colmillos del verme
teñidos de sangre humana.
¡Apagadas las luces, apagadas, todas apagadas!
y, sobre toda forma palpitante,
el telón, cual fúnebre sudario
baja con el ímpetu de una tormenta
mientras los ángeles, pálidos y lívidos codos,
se alzan, de sus velos se desprenden, y anuncian
que la representación es la tragedia «Hombre»
y su protagonista, el Gusano Vencedor.
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