Todo aquello fuiste para mí, amor,
todo por lo que mi alma se consumía;
una isla verde en el mar, amor,
una fuente y un altar,
todo ello coronado por flores y frutos sonados,
y todas aquellas flores me pertenecían.
¡Ah, sueno demasiado vivo como para durar!
¡Ah, rutilante Esperanza, que tan solo apareciste
para ser fulminada!
Una voz, desde el Futuro, solloza
«¡Sigue, sigue!»; mas sobre el Pasado
(¡oscuro golfo!) se mantiene, ingrávido, mi espíritu,
¡silencioso, inmóvil, horrorizado!
Porque, ¡ay!, ¡ay!, junto a mí
se ha extinguido la luz de la Vida.
¡Ya no, ya no, ya no
(tal lenguaje sostienen las solemnes aguas
con la arena de la orilla)
renacerá el árbol muerto por el rayo,
ni remontará el vuelo el águila herida!
Y todos mis días me son ajenos,
y todos mis sueños, en la noche,
tratan del lugar donde tus ojos grises miran,
donde tus huellas fulguran,
en qué etéreas danzas,
a qué etéreas corrientes próxima.
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